'Atrapa a un ladrón', la sofisticación


 

‘Atrapa a un ladrón’ (‘To Catch a Thief’, Alfred Hitchcock, 1954) supone la tercera colaboración entre el director y la actriz Grace Kelly, su actriz predilecta junto a Ingrid Bergman, de las que siempre buscó imitadoras sin conseguirlo. También supone la tercera colaboración con el actor Cary Grant, quien un año antes había anunciado su retirada del cine debido al nuevo estilo de intérpretes de método salido de lugares como el Actor’s Studio, con figuras como Marlon Brando, y su innumerable galería de tics, a la cabeza.

Grant fue convencido para intervenir en esta película, la cual logró excelentes resultados de taquilla, haciendo que el actor estuviese once años más en la profesión. ‘Atrapa a un ladrón’ es considerada una de las obras menores de Alfred Hitchcock, pero yo prefiero expresarlo de otra forma: no estamos ante una obra maestra, pero sí ante una gran película. Además, éste aguanta muy bien el siempre implacable paso del tiempo, ganando en cada nuevo visionado.

La decisión de Hitchcock de filmar una película como ésta fue porque le dieron la oportunidad de filmar en la Riviera francesa, y por supuesto de contar con sus dos actores preferidos, aunque esta vez el suspense es tratado de forma contraria a lo que normalmente nos tenía acostumbrados el director británico. Si hasta entonces el suspense era definido como algo que conocía el espectador y desconocía el personaje, aquí es todo lo contrario. No obstante ‘Atrapa a un ladrón’ deja de lado el caso criminal para centrarse con gran sofisticación en la historia de amor.

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Hitchcock consideraba que las actrices que explotaban sin disimulo sus cualidades sensuales no proporcionaban ni interés ni suspense a la trama de una película. De ahí que el juego con la figura fría de Grace Kelly le dé para plantear situaciones tan inesperadas como la del beso en el pasillo, toda una muestra de elegancia formal e interpretativa. El director sostenía que una mujer aparentemente fría podía resultar un auténtico animal sexual en la intimidad. Es por ello que la interrelación entre los personajes de Kelly y Grant se convierta en lo mejor de la función.

Sin duda, el encuentro nocturno entre ambos en la habitación de ella supone uno de los instantes más recordados del cine de su autor. Por un lado, el uso de la fotografía —de Robert Burks, que se alzó con un merecido Oscar por ello—, recreando unos cielos espectaculares, y por otro el juego de metáforas. El collar en el cuello, la referencia a la vista más bonita del lugar, y la actitud de ella hacia un hombre al que encuentra irresistible precisamente por dedicarse a robar. En cierto modo se repite el esquema de ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, 1954) por cuanto la mujer hará todo lo que sea por conseguir al hombre que ama.

En el tema del suspense tenemos la típica historia del falso culpable y el intercambio de papeles, tan del gusto de Hitchcock. Una serie de robos en Francia hace que la policía sospeche de un veterano ladrón de guante blanco apodado El Gato (Grant)—no en vano, son varias las veces que Hitchcock intercala en las secuencias de robo, el pasear de un gato por los tejados—, y éste deberá no sólo huir de la policía sino descubrir también quién se está haciendo pasar por él.

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Una trama más ligera que en otras ocasiones, pero que Hitchcock dosifica muy bien, e incluso logra algo de impacto en el clímax de la función. El resto es una sofisticada historia de amor en lugares de ensueño con personajes de ensueño, con un tratamiento de la luz exquisito, aunque no gozase del beneplácito del director, y un diseño de vestuario lleno de colorido y clase, amén de detalles alegóricos, sobre todo con el personaje de Grace Kelly y su forma de interactuar en pantalla.

Aunque Cary Grant y la futura princesa de Mónaco llenan la pantalla en cada fotograma en el que salen, ya sea juntos o por separado —la actriz aparece extraordinariamente hermosa, y es una pena pensar que ésta fue la última vez que don Hitchcock la filmaba—, en el apartado de secundarios se puede disfrutar bastante de las interpretaciones de John Williams —ya había hecho una muy divertida composición en ‘Crimen perfecto’ (‘Dial M For Murder’, 1954)— o Jessie Royce Landis como la madre de Kelly, con no pocos comentarios de índole sexual.

Además de dichas indirectas al asunto “sexual”, que también puede verse en la divertida secuencia del trío en el mar, en el que el agua no oculta su labor de metáfora de alta temperatura, Hitchcock deseaba fervientemente un falso final feliz, de ahí que la secuencia alrededor del árbol entre Grant y Kelly concluya con una amenaza más peligrosa que la de cualquier villano, la de la suegra viviendo con ellos —atención a la mirada del actor—. El film sería un gran éxito y permitiría a su director embarcarse en un proyecto de lo más peculiar dando como resultado una de sus obras más extrañas y discutidas.


A.A.

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