'Sully', el optimismo
Desde 'Escalofrío en la noche' ('Play Misty for Me', 1971) hasta 'Sully' —la película número 35 de Clint Eastwood como director— pasaron muchas cosas. Con un estilo heredado, en forma y temática, de directores como William A. Wellman y Don Siegel entre otros, Eastwood ha ido componiendo un personaje, siempre por encima del bien y del mal, con más sombras que luces, y abocado a la perdición en un mundo controlado por un sistema muchas veces puesto en tela de juicio en sus films. Dicho rol se puede ver incluso en los trabajos que sólo ha dirigido, cediendo a otros actores —muy inteligentemente elegidos— un papel que evidentemente él no puede interpretar por edad.
Harry Callahan, el fuera de la ley, el jinete pálido, William Munny, el reportero del National Geographic, son algunos de los personajes con los que Eastwood, en la ficción, ha hablado varias veces sobre las diferentes capas de la verdad, dependiendo del punto de vista. Cuando se ha volcado en vidas americanas reales ha hecho exactamente lo mismo. Para Eastwood sus personajes —el ser humano— es mucho más de lo que vemos, y lo que no vemos suele ser, la mayoría de las veces, más interesante. Resulta pues tan coherente como inesperado que la mayoría de las veces, más interesante. Resulta pues tan coherente como inesperado que las últimas películas de Eastwood hayan sido biopics que van más allá del simple relato sobre hechos históricos, ya que la Historia tal vez está escrita por las manos menos adecuadas, o simplemente aquélla no es más que la perspectiva del que fue testigo, pero no protagonista. En ese aspecto Eastwood vuelve al estilo del que fue su primer biopic, aquel que mostraba los tormentos del jazzman Charlie Parker.
Si en sus últimos trabajos Eastwood ha ofrecido retratos despiadados sobre personajes históricos tan poco queridos como J. Edgar o Chris Kyle —en films arriesgados y complejos, atacados, atención, por blandengues cuya capacidad de observación no sobrepasa el maquillaje de una y un muñeco de la otra—, en 'Sully' parece realizar la misma operación, pero desde una perspectiva más luminosa. Es más, podríamos estar hablando de la película más optimista de Eastwood.
Una de las primeras cosas que llaman la atención en 'Sully' es su duración. 96 minutos la convierten en el segundo film más corto, después de '15:17 Tren a París' ('The 15:17 to Paris, 2018), en la filmografía de Eastwood director. El autor de 'Sin perdón' ('Unforgiven', 1992) siempre se ha caracterizado —salvo en un par de ocasiones— por tomarse su tiempo, nunca de más, para narrar una historia en la que los personajes son desgranados hasta lo indecible; pero aquí hace gala de una de las virtudes de sus admirados clásicos, capacidad de síntesis. En apenas hora y media Eastwood va directo al grano, más claro que nunca, a la vez una virtud, a la vez un defecto. Virtud porque Eastwood no puede ser más básico sin ser resultar vulgar. El mensaje está claro. Toda historia, por maravillosa o desoladora que sea, tiene sus matices, y la mayoría no conocen los detalles. Atención a la excelente secuencia en la que se intenta desacreditar a Sully por su repentina decisión de aterrizar sobre un río, y la respuesta de éste ante la "prueba" de los simuladores. Es muy fácil para todos nosotros decir qué decisión habríamos tomado, pero ninguno hemos estado allí arriba para averiguarlo.
Sin embargo, esa brevedad hace que el film, quién sabe si buscado a propósito, carezca de la habitual malicia e ironía de los films de su autor. No es que no reconozcamos su estilo. Está ahí bien presente, con la cámara puesta en el personaje, pero es como si hubiera querido abandonar, en la medida de lo posible, su despiadada visión sobre el mundo. ¿De qué otra manera tendría sentido el concluir la película con una sonrisa?
En cierto momento, y a pesar de que el personaje central es "apartado" del resto en la estructura narrativa de la película para mostrarlo como alguien que también debe lidiar con la soledad, Sully recuerda al mundo el hecho de que su hazaña no habría terminado bien si no fuera por la celeridad y coordinación con la que los capitanes de dos ferrys actuaron para salvar a los pasajeros de las frías aguas del Hudson. No deja de parecer el recordatorio de algo que Eastwood no se ha cansado de defender durante años: que sus películas son el producto de un trabajo realizado en equipo.
Bien es sabido que Eastwood suele trabajar con el mismo equipo técnico el mayor tiempo posible. Un equipo que funciona como una familia en la que se va enseñando a los más jóvenes. Así nos encontramos con un estreno importante, el de Blu Murray —que lleva en "la familia" desde la época de 'Deuda de sangre' ('Blood Work', 2002)— en el montaje cogiendo el testigo de Joel Cox, quien curiosamente retoma su trabajo de montador en solitario a partir de 'Mula' ('The Mule', 2018). James J. Murakami vuelve a realizar una excelente dirección artística, y Tom Stern, en su penúltima colaboración con Eastwood, a registrar las sombras del relato —atención a las carreras nocturnas del personaje central por New York—, mientras la banda sonora, en la que mete mano el propio director, deja a Christian Jacob y la Tierney Sutton Band la oportunidad de lucirse en un soundtrack abiertamente jazzístico.
Por supuesto Clint Eastwood es un excelente director de actores, y el reparto de 'Sully' es otra prueba más al respecto. Al lado de unos muy cumplidores Aaron Eckhart y Laura Linney —en su tercera colaboración con el director tras 'Poder absoluto' ('Absolute Power', 1996) y 'Mystic River' (íd., 2003)— brilla con total ausencia de divismo un Tom Hanks más perfecto que nunca. De hecho, podría decirse que él justifica por sí solo el visionado del film. Con el Sully real alabando tras el estreno lo bien que Hanks supo captarle, el actor parece contagiado de la serenidad que ha caracterizado a muchos de los personajes del universo Eastwood. Gracias al tan querido actor, Eastwood sostiene un discurso sobre la verdad mientras muestra a un ser humano que mantiene en todo momento la compostura de aquel que ha vivido lo suyo, y muestra de forma íntima sus miedos, aquellos que le llevan a representar oníricamente los riesgos de su decisión, y que no es otra cosa que el miedo a la muerte que todo ser humano ha sentido alguna vez.
A.A.
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