'Días extraños', sin amor no hay futuro
Dos de los dos mejores narradores cinematográficos de los últimos treinta años, Kathryn Bigelow y James Cameron, fueron pareja inseparable a principios de los noventa. 'Días extraños' ('Strange Days', 1995) nace de esa unión; Cameron autor de la historia, se reserva tareas de producción y firma parte del guion al lado del poco prolífico Jay Cocks —crítico de cine de la Rolling Stone que participó en la escritura de los libretos de películas como 'La edad de la inocencia' ('The Age of Innocence', Martin Scorsese, 1993), o incluso 'Titanic' (íd., James Cameron, 1997), trabajo por el que no fue siquiera acreditado—, entregando las riendas de dirección a una Bigelow que llevaba cuatro años sin dirigir una película, algo realmente sorprendente si tenemos en cuenta que su anterior film, 'Le llaman Bodhi' ('Point Break, 1991) había sido un éxito de taquilla y la crítica había alzado, muy merecidamente, a su directora a los puestos más altos dentro de los directores de cine de acción. Para el que firma superando a la casi totalidad de sus compañeros masculinos.
Bigelow, al igual que cineastas como su ex marido, o John McTiernan, por poner otro ejemplo, es una cineasta con arrojo y valentía. Sus películas no se quedan en la mera transcripción a imágenes de un libreto, ya sea obra del olvidado Eric Red, de Cameron o de Mak Boal. Bigelow traspasa el libreto, conocedor como pocos que además de contar una historia, hay que saber narrarla. Una vez más en arte la forma ES el fondo, y qué mejor género para demostrarlo que el injustamente infravalorado cine de acción/thriller; aquí hablamos además de ciencia ficción, la única vez que Bigelow se adentró en dicho género. El resultado es un film tan extraño como su título indica. Ciencia ficción y cine negro de la mano, aderezado con algunas set pieces de acción y un sorprendente y lógico discurso sobre el amor.
El fin del siglo XX es el contexto de la historia, concretamente el 31 de diciembre de 1999 —realmente ese día sería el 31 de diciembre del 2000, o sea un año después, y hasta pensar en el porqué de esa decisión argumental tiene su pequeña importancia—, una fecha que ya nos queda lejos, prácticamente veinte años. Sin embargo, y a pesar de pequeños detalles que hoy resultan anacrónicos, la noche podría ser la del próximo fin de año. La atemporalidad vistiendo el cine, esta vez en una película que trampea el tiempo y realiza curiosos juegos de narración, con varias historias que parecen interconectadas y que confluyen de forma casi natural. El mundo parece abocado a la autodestrucción, Los Ángeles sufre represión policial, y en medio de todo el caos, cada uno hace lo que puede por sobrevivir. Ese es el caso de Lenny —Ralph Fiennes en un papel para el que e barajaron una gran cantidad de nombres, caso de Schwarzenegger, Kurt Russell, Dennis Quaid, Jeff Bridges, Denzel Washington o Bruce Willis entre otros— es un expolicía que además de sufrir por amor es el principal camello de la droga más consumida, una especie de pasatiempo que experimenta con sensaciones ajenas y crea una enorme adición. La idea parece sacada de 'Proyecto Brainstorm' ('Brainstorm', Douglas Trumbull, 1983), pero lo que allí servía pata establecer una idea trascendental sobre la vida y las emociones, aquí es el mcguffin perfecto para una historia sobre un asesino en serie y por otro lado, para descubrir un crimen horrendo cometido por dos oficiales de policía.
Dicho crimen está inspirado claramente en el apaleamiento de Rodney King en 1991 y la posterior sentencia judicial, la cual provocó los famosos disturbios en la ciudad de los Ángeles durante varios días y que se saldaron con 54 muertos. Un episodio vergonzoso en la ya de por sí asquerosa historia racial de los Estados Unidos, y que sirve a Bigelow la oportunidad de exorcizar los demonios de parte de la población estadounidense a modo de thriller. El famoso vídeo de la paliza de King se convierte aquí en una grabación hecha por un grabador de experiencias que lleva uno de los personajes femeninos, gracias a la cual existe una prueba de la incompetencia de la policía y el racismo de la misma. Que los dos policías estén interpretados por Vincent D'Onofrio y William Fichtner en dos de sus tempranas actuaciones, proporciona un punto de crueldad a tenor de lo bien que los actores convierten a dichos personajes en odiosos. Hay algo en la forma que Bigelow tiene de filmarlos que va más allá del retrato individual. Es como una visión general del cuerpo de policía, no completamente, pero sí lo suficiente como para sentir miedo, algo sobre lo que la directora volvería en su magnífica 'Detroit' (íd., 2017) con muchísima más contundencia.
Otra de las líneas narrativas nos muestra cómo Lenny se ve envuelto en una serie de crímenes cometidos por alguien que utiliza el método de lo clips con experiencias ajenas para grabar asesinatos de verdad. Será ayudado por Mace (Angela Bassett), una conductora de limusinas enamorada de Lenny que hará todo lo que esté en su mano para sacarle del pozo en el que se encuentra. Quizá en este punto, la trama se vuelva un poco confusa —Cameron tuvo que abandonar la re-escritura de guion por encontrarse de lleno en la pre-producción de 'Titanic', así que fue completado por Cocks que es el autor de los diálogos también— pero Bigelow lo suple con una portentosa puesta en escena que brilla sobre todo por dos cosas: por un lado el trabajo de fotografía de Matthew F. Leonetti, quien expone aquí su mejor paleta de colores, con dominio del azul, creando magnéticas secuencias nocturnas que culminan en cierto modo sus excelentes colaboraciones con otro gran director de cine de acción Walter Hill—, y el excelente trabajo de James Muro con la steadycam para reproducir las visiones de los clips. Cuenta Bigelow que no existía ningún tipo de cámara para poder filmar las numerosas set pieces al respecto —el film de hecho, comienza con una, la simulación de un atraco, que pilla completamente al espectador y ya no le suelta—, por lo que emplearon todo un año en inventar una en la compañía de efectos visuales Lightstorm.
El resultado al respecto supone las mejores secuencias de la película, gracias sobre todo al trabajo de Muro, que ya nos había dejado con la boca abierta en las persecuciones a pie de 'Le llaman Bodhi', y aquí termina demostrando con creces el haber mejorado el invento de Garrett Brown, al sumergirnos por completo en los recuerdos/sensaciones grabados. Con dificultosos planos secuencia, en los que el encuadre tiene una importancia vital, Bigelow construye set piece tras set piece y en orden ascendente, esto es, la siguiente mejora la anterior, llevándonos hasta un clímax doble, uno real y otro grabado en el que se descubre la identidad del asesino, que realmente no tiene tanta importancia ni juega a sorprender al espectador, pero sí nos deja esa trama uno de los asesinatos más perturbadores jamás filmados en el que la víctima no sólo pierde su vida sino que experimenta al mismo tiempo lo que es matar. Enormemente pervertido y retorcido, estableciendo una nada disimulada metáfora sobre la dependencia tecnológica y la necesidad de experimentar atrocidades sin sentir las consecuencias de la mal llamada justicia. Los noventa fueron una época en la que el término snuff movie atrajo la malsana atención de muchos y Bigelow fue consciente de ello. El placer en el dolor ajeno como nuevo comercio, ofreciendo así una visión enormemente desesperanzadora del ser humano, abocado a un caos inminente provocado por él mismo.
Como toda buena ciencia ficción 'Días extraños' habla del ser humano, de su peor parte, y la respuesta a una posible salvación, habría que decir redención, se encuentra en algo tan valioso, olvidado, tergiversado y prostituido como el amor. Lenny no puede olvidar su pasado con Faith —una Juliette Lewis totalmente entregada, aportado incluso sus propios conocimientos musicales al ofrecer una especie de variación de la cantante P.J. Harvey—, por eso siempre que puede se chuta un clip con un recuerdo conjunto. Mace en cambio ama a Lenny desde que le conoció, pero su amor no depende de una ilusión, sino de algo mucho más real y tangible. Bigelow, que ya había tratado sobre la imperiosa fuerza del amor en la estimable 'Los viajeros de la noche' ('Near Dark', 1987), nos ofrece probablemente su final más positivo. En el enorme caos de una fiesta de fin de año —secuencia para la que fueron empleados nada menos que 14.000 extras— que supone el fin del milenio y el comienzo de una nueva era, con todos los horrendos crímenes que asolan la ciudad, dos almas perdidas entre el bullicio encuentran aquello por lo que siempre han estado esperando. El amor. Un amor que tal vez no dure, pero que en medio de la tormenta es la perfecta tabla de náufrago sobre la que empezar una nueva vida.
A.A.
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