'Bacurau', la vida es violencia
'Bacurau' (Juliano Dornelles, Klever Mendonça Filho, 2019) se llevó el premio del jurado —al lado de la magistral 'Los miserables' ('Les misèrables', Ladj Ly, 2019)— en la edición del año pasado del prestigioso Festival de Cannes. Por norma general las películas que reciben premios importantes en ese festival no encuentran mercado comercial al menos en nuestro país —que se lo pregunten a los hermanos Dardenne—, y si lo encuentran no hablamos nunca de un caso mayoritario o popular al nivel de los blockbusters que se estrenan cada seis días.
Afortunadamente en nuestro país tenemos a La aventura, especialistas en traer películas que de otra forma habría que recurrir a métodos non gratos en el medio para poder verlas. La compañía capitaneada por Ferrán Herranz nos la traerá el próximo 8 de abril —una pandemia ha cambiado esos planes, como con el resto de estrenos del mundo, por lo que la presente se estrena en plataformas de streaming el 14 de mayo—, precedida de críticas entusiastas, algunas de ellas totalmente exageradas, sobre todo las que hablan de un paralelismo entre el film y el cine de John Carpenter que sólo demuestran no conocer el cine del maestro. El uso del scope, la distopía y la crítica al sistema —en este caso el Brasil de Bolsonaro— no dan esa conexión per se. En cualquier caso 'Bacurau' es cine ejemplar, es cine vivo —sí, hay cine muerto—, una amalgama de tonos y géneros que sale victoriosa por su contundencia sobre uno de los elementos más característicos del ser humano: la violencia.
'Bacurau' comienza con el rótulo "de aquí en algunos años", siendo imprecisa su época, una de sus principales virtudes. El futuro que presenta el film es todo menos halagüeño —realmente ningún futuro lo es, ni en la vida ni en el cine—; el pueblo que recibe el nombre del título no está señalado en el mapa, parece aislado del resto del mundo, como el que sólo aparece una vez cada cien años en una de las maravillosas fantasías de Vincente Minnelli. Si en aquel estupendo musical los habitantes del pueblo vivían según las tradiciones de hace dos siglos, en Bacurau se vive acorde con cierta tradición, también sin dejar de lado la tecnología —todos tienen móviles, o tablets—; un lugar entre lo viejo y lo nuevo, pero olvidado por los dirigentes políticos, cuyo dibujo en el film es totalmente claro, sin aristas de ningún tipo, sin matices, lo cual puede ser visto como tendencioso, pero ¿acaso no debería ser así? Si la sutileza no es pillada por los mandamases, cuya principal característica es la ignorancia cultural y artística —negando así el gran poder del arte, la única verdadera herencia del ser humano, algo que jamás me cansaré de repetir—, la claridad tendrá más posibilidades de llegar a un público normalmente ciego. Esta vez lo han logrado, y la película no ha conseguido el apoyo del estado, más bien todo lo contrario.
No me extraña, el film no hace prisioneros al respecto. El pueblo tomando el control por encima de una ley que sólo parece proteger a los más ricos no es algo del agrado de ningún dirigente político. Y mientras ese parece el camino hacia el que nos llevan todos los de "arriba", films como 'Bacurau' tienen que luchar por su contundencia, un grito de rebeldía, y lleno de sangre —llegando a lo gore— que pone el acento en la persona y la violencia. Una violencia que es injustificada —el terrible juego de un montón de ricachones que cazan a los habitantes del pueblo, con lógicos ecos de 'El malvado Zaroff' ('The Most Dangerous Game', Irving Pichel, Ernest B. Shoedsack, 1932)—; justificada —toda la que los habitantes de Bacurau deben emplear para defenderse—; la que deja secuelas —el pasado de uno de los personajes centrales—; la que se combate a diario —la médico interpretada por Sonia Braga—; la que se cobra las víctimas más inocentes que existen —los niños—; y sobre todo la que debe aplicarse para que las cosas cambien, como la utilizada por el delincuente Luca (Silveiro Pereira) y que incluso es puesta en tela de juicio por uno de los habitantes:
-¿No crees que a Luca se le ha ido la mano?, pregunta uno de los personajes después de ver cómo despedazaban unos cuantos cuerpos.
-No, responde muy convencida Teresa (Bárbara Colen), que ha regresado a Bacurau tras la muerte de su abuela
Incluso el personaje de Udo Kier, odioso, temible y hasta patético, realiza la que probablemente sea la mejor reflexión al respecto: "Tanta violencia". En un futuro tan lejano como posible —hay ejecuciones púbicas, el colmo del morbo popular—, el uso indiscriminado de la misma, por diversión, por liberar estrés, por placer, por la razón que sea, termina produciendo hastío, cansancio.
'Bacurau' se toma su tiempo, quizá demasiado, en presentar personajes y situaciones, pero poco a poco va dibujando un crescendo dramático en el que dicha violencia se va abriendo camino a través de todos los personajes definiendo al ser humano en pasado, presente y futuro. Un viaje con claros aires de western sucio, podría decirse con Peckinpah en cabeza, pero me viene a la mente precisamente otro film brasileño, 'Cangaçeiro' ('O Cangaçeiro', Lima Barreto, 1953), con el que 'Bacuaru' comparte el tratamiento de la violencia, su atemporalidad, el amor por la tierra y la identidad, incluso uno de los personajes (Luca) evoca la figura del bandido perteneciente a otra época.
Hay también thriller, cine de terror, algo de comedia negra, y acción. Una mezcla/catarsis colectiva —atención al detalle de la fuerte droga que toman en el pueblo, detalle éste muy acertado en la mirada crítica del film— llena de esa verdad a la que aspira toda fábula, esta vez centrada en las miradas y una necesaria e inevitable violencia, la que marca nuestra existencia desde el mismo momento en que nacemos y unida a nosotros para siempre. 'Bacuaru' concluye con un grito que revela lo cíclico de la vida.
A.A.
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